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Paola Ruano, entre risas y llantos

Julio 23, 2019-

Tiene 18 años y una vida marcada por el fuego. Es gimnasta desde los 3 años básicamente porque su madre, Jessica Barahona, también lo era. Y evidentemente le apasiona este deporte con el que en estos días hará su debut panamericano en Lima.

Desde hace tres años vive en Brandon, Winnipeg, Canadá, pero nada ha sido fácil. Muchas lágrimas han recorrido por sus mejillas, aunque ella prefiere ocultar. “Soy de llorar, pero no quiero que me vean, me voy al baño y solo salgo cuando ya pasó todo”, confiesa Paola Ruano en la Villa Panamericana de Lima.

Y vaya si tuvo para llorar. “A los 6 años ya estaba en el Polideportivo, integré el equipo juvenil, estuve en varios campamentos juveniles y gané en esa categoría el Campeonato Centroamericanos en viga, mi especialidad”, explica. Sin embargo, todo pareció derrumbarse cuando su madre decidió irse a vivir a Canadá.

“A ella le salió un trabajo y se tuvo que ir. Pasé cuatro años sin verla, fueron momentos muy duros. Me fui a vivir a la casa de mi abuelo, Francisco Barahona, quien me cuidó muy bien, pero ya no estaba ella, que era quien me llevaba todos los días a los entrenamientos”, relata Paola.

Tal fue el impacto psicológico que dejó por un año la gimnasia. “Primero no tenía quién me llevara. Para no perder forma física intenté con la natación, ya que tenía una piscina cerca, pero no me gustó”, cuenta.

Al final se dieron las condiciones para volver a la gimnasia, ya de la mano de la entrenadora Wendy Menesses, quien la acompaña en estos Panamericanos: “Wendy estuvo en mis peores momentos, me ayudó mucho anímicamente. Me ponía a mi mamá en videollamada con el teléfono para que me sienta bien”.

Al final, un día del año 2016 llegó la gran noticia: su mamá le había conseguido los papales para que pudiera viajar e instalarse legalmente en Canadá. “Recuerdo que llegué un 11 de julio y al día siguiente ya estaba en el gimnasio”, admite con emoción.

Nada, ni siquiera el intenso frío invernal canadiense, pudo frenar ese sentimiento: “Al principio pasaba enferma todo el tiempo por el frío, hasta que me fui adaptando, pero nada es tan importante como estar cerca de los seres queridos, y en Canadá está mi madre y varios familiares que me apoyan”.

Ahora ya no hay llantos ni momentos para ocultarse, simplemente para disfrutar de la gimnasia, un deporte que le demanda casi siete horas de entrenamiento diario. “Es así, es muy duro, entreno por la mañana y también por la tarde, pero me queda tiempo para estudiar. Acabo de terminar el colegio”, explica. Su única duda es qué carrera seguirá ahora que se graduó. O será fisioterapeuta o será entrenadora de gimnasia. Esa es la duda. Pero sí o sí seguirá vinculada al deporte.

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