•  Juegos Panamericanos

Una foto con Bryan Pérez

Domingo 4 de agosto de 2019. Ese día, histórico, quedará registrado en el calendario como la fecha en la que el surf salvadoreño logró su primera medalla panamericana. El bronce le pertenece a Bryan Pérez, un muchacho de 19 años de La Libertad que consiguió mucho más que un metal y un lugar en el podium: hizo que la gente se interesara por el surf y hasta se animara a hablar como especialistas, incluso a cuestionar las calificaciones del jurado y juzgar la calidad de las olas.

“Antes de Lima no me conocía nadie, solo era ese surfista con el pelo loco", dice Bryan a una emisora televisiva. Varios medios internacionales, incluso la transmisión oficial del evento, lo entrevistaron en vivo. De repente, todos querían una foto con él. Se acerca Fernando Aguerre, presidente de de la International Surfing Association (ISA), y se retrata con él. “Este chico tiene mucho potencial, tiene que seguir compitiendo internacionalmente”, le dice a Eduardo Palomo, presidente de Comité Olímpico. Palomo asiente y responde que lo enviarán, como primer paso, Japón para competir en el Mundial Open en septiembre. Otra foto, y otra más...

Foto con su entrenador Marcelo Castellanos, foto con sus rivales, foto con sus amigos, foto con el resto de los deportistas salvadoreños que llegaron a apoyarlo, fotos con el TeamESA, foto con las edecanes de la premiación, fotos con los periodistas, fotos con el público, foto con los voluntarios, foto con los policías, foto con el motorista del minubús que lo llevó de regreso a la villa panamericana… Además, fue recibido por un ruidoso pasillo cuando hizo su ingreso al comedor, tal como es la costumbre cuando un atleta llega tras ganar una medalla.

Quizás las dos únicas personas que no le pidieron fotos fueron las dos señoritas de uniforme morado que lo abordaron apenas finalizó la competición: las sabuesas del control antidoping. Probablemente el momento más incómodo del surfista, ya que tuvo que esperar en una sala a que le vinieran ganas de orinar. “Tomaba agua y agua, pero nada… “, confiesa Bryan, que esperó casi dos horas. Incluso ahí, sentado en un sillón en el cuarto de antidopaje, almorzó una hamburguesa “la patrona”, con tocino y pickles, que le acercó el doctor José Armando Mejía, quien le acompañó en toda la espera.

Esas dos horas interminables contó con un aliado ideal para combatir el aburrimiento y la desesperación: su celular. Así fue testigo directo de cómo el número de seguidores en Instagram se multiplicaba a una velocidad asombrosa. “No puedo creer lo que me está pasando. Creo que me han tomado como mil fotos hoy, esto es increíble”, contaba mientras atravesaba el scanner del control de seguridad de la villa panamericana. Esta vez había algo diferente y el sensible detector de metales dio varios pitidos en señal de alarma. No era para menos, Bryan llevaba un bronce. El bronce.

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